No diremos que la Feria de Córdoba sea la más antigua del país, pero sí que es muy antigua. Es en el privilegio otorgado por Sancho IV en 1322 por el que autoriza a celebrar dos ferias anuales: ”la una en la Pascua del Espíritu Santo (21 de mayo) y la otra el día ocho de septiembre en donde sus labradores y los de las villas y lugares comarcanos vendan y compren sus ganados y demás producciones del país para cumplir sus contratas.”

Es decir, que las ferias eran una especie de mercadillo donde se vendían y compraban toda suerte de mercancías. Pero tal aglomeración de gente con ganas de pasarlo bien y olvidar las penurrias cotidianas, llevó a estas fiestas a un punto de desmadre que en el siglo XVIII puso en peligro su existencia pues a punto estuvo de ser prohibida.

La Feria de Córdoba se celebraba entonces en lo que hoy conocemos como El Brillante, una zona arbolada de huertas que se encarama ya en la montaña y donde era fácil esconderse de las miradas para llevar la fiesta hasta sus últimas consecuencias.

El desmadre fue general en toda España, pero especialmente escandaloso era el de los festejos cordobeses. En 1789 el Cabildo municipal recibió una carta ordinaria del Consejo de Castilla pidiendo ciertos informes sobre las ferias que se celebraban en esta ciudad. El corregidor José Cebrián, que al parecer tenía hijas que se lo pasaban muy bien en la Feria, escribió un informe demoledor, describiendo la "sodoma y gomorra" que suponían estas fiestas y achacando el desmadre entre otras cosas a su ubicación, que permitía esconder entre la vegetación. Tan alarmante fue el informe enviado que el Consejo de Castilla respondió rápidamente.

La repuesta de 1 de agosto de 1789 ordenaba la suspensión de las ferias por los referidos desórdenes, «hasta que se tome providencia para evitarlos y se averigüen las cédulas o privilegios que tiene esa Ciudad para celebrar estas ferias». Pero las protestas y amenazas fueron tales que el cabildo municipal tuvo que rectificar, y solicitó el 16 de abril de ese mismo año de 1790 que continuasen las ferias con el argumento de ser muy necesarias para ganaderos y agricultores.

La autorización llegó por los pelos el 18 de mayo y se pudo con mucha urgencia organizar el festejo. Pero todo este asunto trajo consigo muchas modificaciones en su funcionamiento. Una era la de cerrar los puestos a las 10 de la noche, y otra, más relevante, cambiar la ubicación de esta con el fin de poderla controlar mejor.

En 1792 se desplazó el lugar de celebración de la feria. Se abandonó el terreno más montuoso y más difícil de controlar por una cercana explanada más adecuada para la exposición de ganado, según comunicó el entonces corregidor Pascual Ruiz: “que habiendo de celebrar una feria pública en virtud del Real privilegio en la próxima Pascua de Pentecostés o venida del Espíritu Santo, en el sitio y paraje del Campo de la Victoria, por ser el más acomodado y ancho para los muchos ganados de todas especies, que concurren a ella, y colocación de tiendas y comestibles, como igualmente para el desahogo y extensión de las muchas gentes que acuden.

Allí continuó y ha sobrevivido durante dos siglos hasta que, en 1994, es trasladada a las orillas del Guadalquivir donde ha cumplido ya 25 años. Sirva esto para templar los ánimos de los que hoy ponen el grito en el cielo por el macro-botellón que nuestros arruinados jóvenes organizan en las orillas del recinto ferial. Recordarles que ellos también fueron jóvenes, y sus padres, y sus abuelos y sus tatarabuelos que al parecer se la montaban fina también.


Y para rematar aquí os traigo un bellísimo programa de feria de 1910, para que veáis cómo cambian las costumbres y los festejos.
¡Buena Feria a todos!

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