De las iglesias fernandinas de Córdoba si bien todas son muy interesantes, hay una que no debes perderte: La Iglesia de San Pablo. Esta es con diferencia la mayor de todas, incluso hay quien asegura que su tamaño, similar al de muchas catedrales españolas, se hizo así con la intención de que fuera la catedral de Córdoba.
El Convento de San Pablo se funda en el primer momento de la conquista de Córdoba por Fernando III. El convento se pone bajo la advocación de San Pablo por ser el santo del día en que se conquistó la ciudad. La iglesia se construye entre último tercio del siglo XIII y el primero del XIV. En el XV se hicieron algunas obras y en el XVIII se reforma al gusto barroco. En el siglo XIX con la desamortización de Mendizábal, los dominicos pierden el convento. A mediados de este siglo el Monasterio y su claustro estaban en ruinas, siendo derribados poco después. En 1897 el Obispo de Córdoba lo pone en manos de los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María, que comienzan su reconstrucción bajo el patrocinio del superior Padre Pueyo. Para las obras se contó con el asesoramiento del arquitecto Castiñeira y el escultor Mateo Inurria. Su carrillón de campanas comprado por el padre Pueyo en la Exposición Universal de París en 1900, es uno de los pocos de esta clase que existen en España.
Dentro de toda la imponente arquitectura de este templo, hay un elemento de indiscutible valor, tanto más si tenemos en cuenta que Córdoba apenas dispone de patrimonio de este arte. Me refiero a las vidrieras de sus ventanas, que quizás junto con las del templo mayor, sean las más interesantes y valiosas de la ciudad. No son góticas ni siquiera renacentistas, se instalan en los primeros años del siglo XX, aunque el encargo se hace 1898.
Su autor es la Casa Maumejean, una saga familiar de vidrieros que arranca en Francia en 1860 y que a finales del XIX instalan sucursal en España ante el gran número de pedidos que la política de restauración de monumentos emprendida entonces requiere. A lo largo de su más de medio siglo de existencia en España, inundan “ad nauseam” el país con sus excelentes vidrieras. No hay una catedral o edificio público en España que no tenga alguna vidriera producida por los hermanos Maumejean. Esta casa llegó a tener en su sede en España más de doscientos trabajadores y en ella se formaron casi todos los vidrieros que después revitalizarían este arte en nuestro país hasta nuestros días.
Pero lo verdaderamente interesante de estas vidrieras de San Pablo es el momento en que fueron encargadas, pues coincide con el instante en que los dos hijos del iniciador de la saga; Jules Pierre Maumejean, abren el taller en el Paseo de la Castellana de Madrid. El diseño de estas, netamente gótico y alejado de la masiva producción renacentista que posteriormente harían, lleva a pensar que posiblemente los cartones fueran dibujados por el patriarca de la saga. En las vidrieras de San Pablo el plomo sigue siendo el protagonista de la composición, con sus nervaduras delimitando las formas. El uso de la grisalla (técnica para dar color y tono a los vidrios) está magistral y discretamente utilizada para las carnaciones y pliegues de ropaje, nada tienen que ver con la gran producción posterior de esta casa, donde como digo, el pintado de vidrio se vuelve protagonista y hace pasar al plomo a segundo plano. La Casa Maumejean cerró sus puertas en España a finales de 1950, hoy sus dibujos y cartones se custodian y conservan en la Real Fábrica de Cristales de la Granja.
Para mí, y es una opinión, estas vidrieras, que se conservan en un razonable buen estado, son de los mejores y más interesante que producen en España los Hermanos Maumejean. No son muy grandes de tamaño por lo que pasan un tanto desapercibidad, pero si visitas el templo, te recomiendo que las busques y las disfrutes.
Aunque en esta colección hay muchas, creo que me falta alguna por la imposibilidad de obtener en su momento una buena fotografía de las vidrieras, lo cual no es una labor nada fácil.
Texto y fotografías: Luis Calvo
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