Mañana 16 de noviembre se celebra el Día Internacional del Flamenco conmemorando la fecha en que la UNESCO reconoció al arte jondo como parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2010. Pero además, en Córdoba y durante todo este mes, se celebra el XXI Concurso Nacional de Arte Flamenco, un prestigioso evento que se celebra cada tres años desde 1956 y que trae a la ciudad, artistas y espectáculos de primera línea, donde podemos disfrutarlo. No voy a extenderme aquí sobre la programación del Concurso, que podéis consultar en su sitio web.
Pero si quiero destacar que si tenéis interés por el Concurso, o bien queréis saber algo más sobre este arte, os recomiendo que os descarguéis el catálogo que este evento ofrece en su web. Es una extensa publicación sobre esta y las pasadas ediciones del Concurso Nacional de Arte Flamenco. Pero además, y esto es quizás lo más valioso, contiene una serie de textos y colaboraciones, que nos acercan con su lectura a lo esencial de este arte que ya es patrimonio de la Humanidad.
Entre los variados e interesantes artículos que contiene este catálogo, hay uno que me ha gustado especialmente. CÓRDOBA, 1961: NOTAS SOBRE UN HOMENAJE A LA NIÑA DE LOS PEINES de Cristina Cruces Roldán, Catedrática de Antropología Social de la Universidad de Sevilla. Este incluye una delirante anécdota sobre la Niña de los Peines publicada en un diario sevillano. Este divertido fragmento traza en pinceladas gruesas un tiempo de frontera entre los primeros festivales de importancia y esa época mítica y mitológica, donde los artistas recorrían las tabernas y la noche buscando un “paganini” que financiara la fiesta, y que nunca, nunca acabaría por sacarlos de las miserias. Miserias que por otra parte dieron a las grandes figuras del Flamenco; hoy mitos.
Lean! Lean este intraducible texto y amen un arte tan universal, tan del pueblo y tan nuestro como es el Flamenco.
En la noche de paños mojados del verano de Sevilla no hay quien aguante un sombrero. El calor va destocando a la gente, levantándoles la tapa de las orzas de peluconas del cante grande, y por su acera de la Campana, el Pinto, el Culata, Vallejo y Mairena, extraviados los bisoñés de los teatros, sacan a relucir las calvas de barro de los cafés cantantes, acabaditas de cocer en la Cartuja y de vidriar en la calle de Alfarería. De pronto sobreviene una voz indecible, levanta la tormenta sus telones, y una llama aparece en el punto más brillante de cada una de las calvas ilustres. Tiene ojos a flor de piel como ídolo de pagoda. Para vestirse ha cogido un trozo de cielo negro, con estrellas y todo, y se lo ha metido por la cabeza. Dada la insultante condición de las calvas, sus cuatro titulares se las cubren, respetuosos.
Al maestro Mairena le asoma bajo el ala negra una patilla de bandolero; tiene en la boca el huevo de Colón y no se decide a escupirlo. Habla Pastora, nacida de su propia voz por obra y gracia de los mengues:
- Pa qué quiero los peines de mi nombre, si no tengo más que pelones a mi vera...
Pepe el Culata presta un servicio a la moral pública espantándose dos moscas de su azotea portátil, y Pepe
Pinto filosofa resignado:
- Dios le da peines al que no tiene pelos...
Como del Pasaje del Duque surgen entonces don Santiago Montoto, C. de la Real Academia, y don Rafael Montesinos, premio nacional de literatura, que lucen las indumentarias deportivas del Betis Balompié y del Sevilla F.C., respectivamente, y dirigiéndose a Pastora le dicen que en lo sucesivo haga el favor de citar los nombres de los autores de las letras que canta. De la calle de Sierpes –del Burrero o del Nacional- desemboca don Manolito Machado, sudando la gota gorda por empeñarse en ir de capa y sombrero, y encarándose con los dos futbolistas les espeta unas coplas alusivas, de su invención, sin que ellos se den por aludidos.
Pastora apacienta a sus corderos:
- Ea..., po ahora voy a canta una petenera.
Y empieza:
- “Niño que encuero y descarso vas yorando por la calle”...
Trata Montoto de interrumpirla:
- Así no es. Así no es. “Niño que, lleno de harapos”... es lo que escribió mi padre.
- Se quiere usté cayá... –dice uno de los calvos apóstoles.
Pastora no se interrumpe:
- “Ven acá y yora conmigo”...
- “Ven y juntos lloraremo”... – corrige Montoto “sotto voce”.
- Pero hombre –le hace ver Machado-, ¿no ve usted que se lo está arreglando? ¡Si encima debiera estarle agradecido!
Acaba la Niña de cantar, y salen de un camión de pescado, el Beni de Cádiz y su hermano Amós, mientras Aurelio Sellés entona la malagueña del Mellizo.
- ¡Pero esto qué e..., tanto jumo y tanto gori-gori!... ¿Es que ya me queréis ver criando jaramagos?... ¡Abanicos y ventiladores!
A la voz de tan divina Pastora hacen eco otras alas negras, recubiertas de escamas sutilísimas: es el gran Pavón, la mariposa nocturna.
- Voy a cantarles a ustedes las soleares de mi Tomá...
Y se pone a cantar, y cómo cantará que, para ver si es verdad lo que se oye, el incrédulo de “su” Tomás baja de lo alto a hurgarle con los dedos en la llaga que se le acaba de abrir en la canción”.
Aquilino Duque, “La Niña de los Peines”, Informaciones, Córdoba, 11 de mayo de 1961.