Si indagamos en la red el nombre de “Juan de Córdoba” nos encontramos que son multitud los personajes que con ese apellido han escrito páginas en la Historia. Desde el Córdoba maestro vidriero que trabaja en las primeras vidrieras de la Catedral de Toledo, pasando por la saga de constructores de instrumentos musicales que inicia Juan de Córdoba y que realizan los más monumentales órganos de los templos de todo el reino de Aragón. Incluso Juan Guas, el maestro cantero y arquitecto de los Reyes Católicos, constructor de la Catedral de Segovia o de Ávila, es también citado en ocasiones como Juan de Córdoba.
Dos características comunes tienen este apellido. Una es que son apellidos estos que se otorgan a judeoconversos y otra que normalmente residen fuera de la ciudad natal que les da el apellido. Escapan así de la presión de los tribunales y de los expedientes de limpieza de sangre tan de aciaga moda entonces. Es normal que, siendo la judería de Córdoba entonces de las más numerosas de la península, hayamos llenado la Historia de “Juanes de Córdoba”.
Pero de todos los “córdobas”, y entramos en materia, hay uno que aún hoy está de actualidad y es motivo de estudios e investigaciones, por pertenecer al círculo íntimo del gran Diego Velázquez. No es el único cordobés en el círculo de Velázquez, ya en otro post hemos hablado de Juan de Alfaro que lo dibujó en su lecho de muerte, o de Antonio Palomino que fue el primer biógrafo del artista.
Juan de Córdoba es agente regio en Roma, y recibe el encargo de asesorar y acompañar a Velázquez en su misión romana. Junto a él, Velázquez negocia ventas y adquisiciones para Felipe IV, visita colecciones, cierra tratos, prepara la logística de los traslados. Velázquez se aloja cerca de su casa en la Plaza Nabona, una zona de la ciudad que concentra mucha población española y un fuerte ambiente cultural que entonces concentra a una población, compuesta por comerciantes, tipógrafos, editores, libreros, notarios, abogados, artistas...
Pero Velázquez y Córdoba fueron más que socios, amigos y hasta confidentes. Fueron grandes amigos hasta la muerte del pintor, y compartieron gustos fiestas y confidencias hasta hoy no desveladas. El segundo viaje de Velázquez a Roma se alarga durante tres años. No había forma de hacerlo volver. Italia no tiene nada que ver con España en ese siglo. Allí se está gestando el gérmen de la Ilustración, el ambiente liberal permite temáticas en la pintura que están prohibidas en el oscuro barroco español. En la España de la época era admisible que los artistas emplearan modelos desnudos masculinos para estudios; sin embargo, el uso de modelos de desnudo femeninos era algo mal visto y podía acarrear serios problemas a los artistas. Recordemos que la Venus del Espejo es el único desnudo que se pinta en el barroco español.
Este famoso cuadro de la Venus del Espejo, que Velázquez pinta en esos años romanos y que permanecerá oculto durante dos siglos, une en cierta forma los destinos de nuestro Juan de Córdoba con Don Diego. Velázquez, que tiene entonces 50 años, está casado en España y tiene ya dos hijos, se encuentra feliz en Roma el muy pillo. Produce pinturas que hoy son historia y para más felicidad se enamora de una jovencísima pintora de 18 años al parecer de nombre Olimpia Triunfi. Nadie hasta la fecha ha podido demostrar la identidad de la famosa Venus, pero el sentido común más aplastante nos lleva a pensar que ese culito, del que la Duquesa de Alba (propietaria al final del XVIII del cuadro) afirmaba a su círculo de amigos, que era el único culo más bonito que el suyo, perteneció a la amante Olimpia. De Olimpia Triunfi lo único que sabemos es que le dió un hijo (ilegítimo) al ya maduro Velázquez. Bautizado con el nombre de Antonio, este será otro argumento más para no querer volver a la corte madrileña.
Requerido ya ejecutivamente por Felipe IV, Velázquez regresa a la corte, encargando a Juan de Córdoba el cuidado y la manutención del vástago, labor que Juan hará hasta la muerte de ambos. Esta delegación de Diego a Juan de Córdoba, certifica el profundo y sincero lazo de amistad que los unió desde el momento inicial. Díganme sí no, a quién podrían ustedes hoy pedirle un favor de semejante tamaño. Velázquez no volvería a ver a su hijo, aunque lo intentó. Años más tarde pidió permiso para volver a Roma, el cual fue denegado por Felipe IV que no se fiaba de que volviera.
POR CIERTO…
La Historia y sus pesquisas nos brindan hoy un retrato cierto y certificado de nuestro cordobés insigne. Hace unos meses, llegó una sorpresa desde Roma: la profesora Francesca Curti identificó al protagonista del cuadro «Retrato de español con bigotes» (en los Museos Capitolinos) con Juan de Córdoba, el «amigo perdido» de Velázquez en la Ciudad Eterna. Y es que Velázquez siempre está de actualidad.