Córdoba es una ciudad de contrastes y paradojas que la hacen única y muy interesante. Y no me refiero a los tópicos jocosos que andan en boca de todos los paisanos: que si el cementerio se llama “de la Salud”, que si Alcohólicos anónimos está en el barrio de los Olivos Borrachos, etc. Hay otras paradojas más interesantes como por ejemplo que la Catedral esté dentro de una gran mezquita; es decir que los fieles cordobeses oyen misa en un templo mahometano. O bien que sea la única ciudad del sur de España que tiene una plaza castellana, y menuda plaza es la Corredera, la cuarta más grande de todo el país.
O, y aquí queríamos llegar, sus viejas iglesias sean sorprendentemente iguales a los templos románicos o góticos de los territorios de Castilla y León. Ocho son las iglesias que con estas características hemos agrupado bajo el nombre de “Iglesias Fernandinas”. Hubo más, hasta doce, pero hoy han desaparecido. Otra paradoja cordobesa, pues el estilo fernandino no existe, estas iglesias no son fernandinas (de Fernando III) sino alfonsinas (de Alfonso X el Sabio). Ninguna de estas iglesias se construye bajo el reinado de Fernando III sino en el de Alfonso X e incluso después.
Estas iglesias cordobesas ignoran el gótico internacional y se ajustan a las pautas de la arquitectura cisterciense del norte de España, aunque tienen una individualidad, gracias al feliz uso que han hecho de elementos góticos y mudéjares. Las influencias cistercienses se explican por hechos históricos bien conocidos. Después de la reconquista, en 1236, el primer obispo de Córdoba fue un monje cisterciense, Lope de Fitero. Además, los monasterios cistercienses de Córdoba dependían de San Pedro de Gumiel, en la diócesis de Osma, lo que explica por qué el plan de las iglesias fernandinas de Córdoba está directamente inspirado en las iglesias cistercienses de la región de Burgos y Osma.
LOS TEMPLOS CISTERCIENSES
La mayoría de los edificios cistercienses son básicamente románicos, pero incorporan, en bastantes casos y como novedad, la bóveda de crucería sencilla y también frecuentemente el arco apuntado. La arquitectura cisterciense es conocida por su sobriedad ornamental. Desde la "borrachera de sobriedad" exigida por San Bernardo, los capiteles, canecillos y otros espacios de las iglesias y dependencias monásticas cistercienses se ven sólo animados por motivos vegetales o geométricos.
A diferencia de iglesias parroquiales o monásticas de Cluny, las iglesias del Císter se pintaban de blanco, no empleándose pinturas murales figuradas y las ventanas sólo podían tener cristales blancos. Ello daba a la iglesia una gran luminosidad, pero nos ha privado de disfrutar hoy de alguna muestra de vidrieras pintadas.
Debido a los macizos y cerrados volúmenes de las iglesias cistercienses, el aspecto exterior suele ser de acusada horizontalidad. Curiosamente, esta sensación cambia radicalmente cuando se entra en ellas pues es entonces cuando apreciamos la verdadera altura de las naves. Siempre sorprende cuando entramos en estos templos con aspecto de sólidas fortalezas, la gran altura, casi gótica, de sus naves.
Aparece con los edificios cistercienses los óculos de iluminación en las fachadas occidentales. Se trata de ventanas de forma circular con molduras concéntricas. Estos óculos se irán desarrollando y alcanzando mayor vistosidad hasta la construcción de grandes rosetones con tracerías formadas por círculos de piedra concéntricos conectados por columnas dispuestas radialmente. Quizás el ejemplo más interesante lo encontramos en la parroquia de San Lorenzo.
Las portadas de las iglesias cistercienses tienen amplias proporciones, con numerosas arquivoltas de fino grosor apoyadas sobre múltiples parejas de columnas. El perfil de los arcos puede ser de medio punto o apuntado. La decoración de los arcos es frecuentemente nulo (sólo con alternancia de baquetones y escocias) o de tipo geométrico: dientes de sierra, zigzagueados, puntas de diamante, etc. Las fernandinas de Córdoba se ajustan como un guante a estas normas.
Iglesia de San Miguel.
LAS IGLESIAS DE CÓRDOBA
Todas estas iglesias fernandinas y cordobesas tienen el mismo diseño de los pequeños edificios cistercienses: una nave principal y pasillos sin crucero. El ábside consiste en una capilla poligonal con cinco lados, en la extensión de la nave, flanqueada por dos capillas laterales que terminan en los pasillos.
Externamente, estas iglesias fernandinas son muy simples: la fachada principal, siempre orientada al oeste, tiene solo una puerta abocinada. Está atravesada por un gran rosetón que se abre a la nave principal, y por dos pequeños rosetones (óculos) que corresponden a los pasillos. Hay una puerta norte adornada y una puerta sur generalmente de estilo mudéjar, como en San Miguel, San Lorenzo, San Pedro o la Magdalena. Los campanarios se agregaron más tarde, en los siglos XVI y XVII, o incluso se restauraron por completo en el siglo XIX, como el de Santa Marina.
Claro está que estos templos de más de siete siglos, han sufrido avatares diversos como terremotos, incendios, abandonos, reformas y modificaciones que han cambiado su aspecto en algunos casos hasta hacerlas irreconocibles (San Andrés). Pero desde la primera mitad del siglo XX se sigue una política de restauración que pretende en la medida de lo posible, devolverles su carácter primitivo. Así se han ido retirando apósitos barrocos que escondían las cubiertas, abriendo puertas que en algún momento quedaron cegadas, etc. Hoy el estado de conservación es muy bueno y van recuperando su aspecto primitivo.
San Pablo, la más antigua de las iglesias góticas de Córdoba y la única con partes claramente románicas, ha conservado la condición original mejor adentro que afuera. Su última gran restauración se hizo a principios del siglo XX. Es considerablemente más grande que el resto de las fernandinas.
Santa Marina es uno de los ejemplos más puros de este tipo de iglesias. Está flanqueada por cuatro asimétricos contrafuertes; Los dos en el medio que enmarcaban la puerta fueron rehechos en el siglo XVI. Su torre fue completamente renovada en el siglo XIX y su última restauración importante ha sido ya en el siglo XXI, retirando todos los edificios que se adosaban al exterior del ábside y lo ocultaban.
San Lorenzo se inició a principios del siglo XIV, pero se rehizo el interior de la iglesia en el siglo XV. Tiene el rosetón más antiguo y bello, y su estampa, con la torre diseñada por Hernán Ruiz, y su placita delantera que permite verla en su totalidad.
La Magdalena es el templo que quizás más ha sufrido, desde terremotos hasta incendios, el último en los 80 del siglo XX. los portales sur y oeste fueron tapiados en el siglo XVII y solo en la primera mitad del siglo XX fueron de nuevo abiertos. Estas dos aberturas dan a callejuelas estrechas y es difícil ver toda la fachada. Hoy está desacralizada y se usa como escenario para conciertos y exposiciones.
De la primitiva iglesia de San Andrés, solo queda un ábside, similar al de la Magdalena, que se puede ver desde un pequeño callejón que rodea la iglesia, y un portal gótico descubierto y restaurado durante el siglo XX. Este corresponde a la puerta principal del primitivo templo. Su decoración es diferente a cualquiera de los otros portales clásicos, pues la iglesia no se inició hasta principios del siglo XV, es la última en ser construida.
Junto a nuestro hotel y en la misma calle, está la iglesia de Santiago. Un incendio destruyó todo su interior que tuvo que ser completamente renovado. Tiene el rosetón más grande de todas la Fernandinas. Su torre es el minarete de la mezquita que ocupaba su lugar.
Hoy la ruta por las Iglesias Fernandinas de Córdoba está organizada por el Cabildo y mantiene los templo abiertos durante muchas horas. Es gratis con la entrada de la Mezquita, sino te costará cinco euros y tienes que sacar las entradas en las taquillas de la Mezquita. Claro que también puedes esconder la cámara y hacerte pasar por un cordobés que entra a rezar. Si cuela es gratis.
Fotos: Luis Calvo Anguís.