De nuevo en Málaga, me alojo en un apartamento de la calle Ferrándiz, una larguísima calle que arranca su subida en la bonita plaza de la Victoria, justo en el punto en el que también arranca la calle de la Amargura, que lleva directo al Cristo de las Epidemias (¡Qué país!).
Tienen la costumbre los malagueños de rotular calles con un solo apellido del ilustre celebrado. Así todos sabemos que la calle Larios corresponde a quien corresponde, por la famosísima ginebra malagueña, pero justo al lado está la muy céntrica y comercial calle Martínez, que aun estoy queriendo averiguar a qué martínez corresponde.
Lo que sí creo tener claro es que la calle Ferrándiz en la que paro, corresponde al famosísimo “Chanquete” de Verano Azul. O al menos eso creía yo al principio del día.
La mañana del domingo nace luminosa y fresca para ser junio. Decido bajar a la plaza a desayunar, y entre los bares que sirven en ella, elijo por su nombre sentarme en el bar “El Jardín de los Monos” (a veces compro discos por las portadas), una terraza al abrigo de una esquinada capilla y con estupendas vistas a las jacarandas de la plaza y al trasiego de los malagueños. Me llama la atención el curioso semblante del camarero, que sin llegar a ser feo, me recuerda a algún personaje del planeta de los Simios. Sorprendido por esta coincidencia le pregunto cuál es el origen del nombre del bar. Al parecer la plaza en la que nos encontramos, hoy llamada de la Victoria, es popularmente conocida como “El jardín de los monos” por dos jaulas con monos que hubo en ella, hasta bien entrados los sesenta del siglo pasado.
Ya desayunados nos dejamos caer por la calle Victoria, eje principal del barrio “de chupa y tira”, hasta el centro turístico de Málaga; hoy toca visitar los museos de la Aduana, un antiguo e imponente edificio portuario que acaba de ser restaurado para albergar el museo arqueológico y el de pintores malagueños, bajo el genérico nombre de “Museo de Málaga”
El Arqueológico tiene su nacimiento en la llamada “Colección Loringiana” una colección de piezas antiguas reunidas por el rico matrimonio Loring; Amalia y Jorge, que acumularon en su finca de la Concepción, hoy Jardín Botánico de Málaga. Y la colección Loringiana adquiere su solidez a mediados del XIX, con la compra de la colección cordobesa del anticuario Pedro Leonardo de Villacevallos. Este material es el que da la bienvenida a las colecciones, por cierto excelentemente musealizadas. Capiteles de avispero de Medina Azahara, miliarios y lápidas romanas y de epigrafía árabe procedentes de Córdoba y sus pueblos conforman la sala de entrada al museo malagueño.
Pero para mí las sorpresas comienzan al subir a la planta de pintura malagueña. Al traspasar una puerta y esquinada en la sala, me topo con un enorme busto de piedra con la cara del camarero del “Jardín de los Monos” donde había desayunado. Igualito!
Me acerco para leer el pié y enterarme de quién es el personaje. Y ¡oh sorpresa! se trata del pintor: Bernardo Ferrándiz y Badenes, un valenciano afincado en Málaga y considerado el padre de la escuela malagueña de pintura. A este personaje está dedicado la calle Ferrándiz y no a Chanquete como ignorantemente supuse.
Pero quién es este personaje con cara de mono que tiene calle y estatua pública y no conozco. Pues estaba en el lugar adecuado para averiguarlo, así que me puse concienzudamente a buscar en toda aquella colección, las obras que pudiera haber de este artista. Y había un buen puñado de ellas, pero fue el más pequeño de sus cuadros el que me dio las claves de este interesante artista.
El cuadro en cuestión es una pequeña tabla algo más grande que un folio, cedida a esta institución por el Museo del Prado. Su título es “Postrimerías” y está pintado en 1881, un años después del suceso que voy a relatar y cuatro antes de su muerte.
Bernardo Ferrándiz es en 1880 director de la Escuela de Bellas Artes de San Telmo. Su trabajo es el que pone a esta institución a nivel de las mejores academias españolas y quizás de Europa. Como hemos dicho es el padre de la escuela malagueña de pintura y son sus discípulos los grandes pinceles malagueños como Moreno Carbonero, José Nogales o el mismísimo Enrique Simonet entre otros.
Ferrándiz de pronunciado liberalismo e ideología republicana, en su tesón y celo profesional para elevar el nivel de la Escuela, anda continuamente peleando los fondos necesarios para ello. Y en estas peleas es cuando se produce el nefasto hecho que llevará a la ruina, y quizás a la muerte a nuestro protagonista.
Ferrándiz ha solicitado una cantidad para dotar económicamente los premios de la Escuela de Bellas Artes, cantidad que los académicos se niegan a dar. En una de las reuniones en la que se encuentra el académico Juan Nepomuceno Ávila, un pijazo monárquico y ultracatólico, que era arquitecto municipal e íntimo del Marqués de Salamanca. Este niega la partida económica en una acalorada discusión y Ferrándiz desesperado revienta, pierde los papeles y le ataca violentamente, tan furibundo debió ser el ataque que fue acusado de intento de asesinato y acabó con sus huesos en la cárcel. Fue inhabilitado y expulsado de la Escuela. Y aunque el hecho fue comidilla de todos los círculos malagueños, el suceso apenas transcendió a la discreta siempre prensa local. Incluso hoy es difícil encontrar referencias en la red de este episodio de hace ya siglo y medio casi.
Ferrándiz murió ese día para los ambientes oficiales de la cultura malagueña. Ya no pintó. Apenas este pequeño cuadro donde retrata su muerte en vida y coloca a los dos sujetos que provocan esta situación: Él, que es el gato muerto, y el tal Nepomuceno que es el ratón que presume de matar a quien muerto está.
El cuadro tiene las siguientes leyendas:
"A moro muerto, gran lanzada”
Rey fiero ayer para ti, mis leyendas di a respetar, y hoy que la muerte está en mí,
¡hasta tú vienes a hollar el polvo de lo que fui!".
Esta inscripción en el marco y el título de la obra aluden al refrán español que hace referencia a la cobardía consistente en aparentar un gran mérito por atacar a quien ya está vencido.
La historia de este “maldito” es poco conocida y poco publicada. Aun así a Ferrándiz le ha cabido el honor de disponer de estatua y calle, pues no se puede silenciar el talento de este malagueño de adopción que hizo un enorme trabajo por la cultura malagueña y lleno de obras de arte la ciudad, como por ejemplo los techos y telones del Teatro Cervantes, hoy emblema de Málaga.
En fin! otro maldito para mi capilla de adorados malditos a los que dedico mis oraciones. Pues hace tiempo que descubrí que en España, el país donde la cultura cuando no es adorno es estorbo, los malditos son los únicos que contienen esencias de la verdadera cultura española, a ellos hay que ir para saber la verdad, a ellos una vez muertos, que es cuando son rehabilitados, revisados y republicados sin miedo a que puedan “contaminar” el orden establecido. Malditos en España hay a cientos: Lorca fue maldito, Alberti también y Machado y Miguel Hernández y Goytisolo, Panero, Haro, García Calvo, o el rockero Silvio o Juan Antonio Canta, y hasta el mismísimo Cervantes o el Gran Goya fueron un día malditos. Maldito fue hasta el hoy omnipresente malagueño Pablo Picasso, del que por cierto, no sabremos si hubiera llegado al Olimpo si Ferrándiz no hubiera hecho su magnífica labor en la Escuela de San Telmo donde Picasso, pocos años después comenzó sus estudios de Arte.
¡Benditos Malditos!
Ps. No me dio tiempo en mi paseo malagueño a volver al “Jardín de los Monos” y preguntarle a aquel camarero si su apellido era Ferrándiz.
Luis Calvo
Málaga 41 de mayo de 2018.