Si, ya se que esto de la piedra filosofal es una leyenda alimentada por la codicia, pero durante siglos se ha creído a pies juntillas en esa sustancia alquímica legendaria que se dice es capaz de convertir los metales bases como el plomo en oro. Ocasionalmente, también se creía que era un elixir de la vida, útil para el rejuvenecimiento y, posiblemente, para lograr la inmortalidad. Durante muchos siglos, fue el objetivo más codiciado en la alquimia. La piedra filosofal simboliza la perfección en su máxima expresión, la iluminación y la felicidad celestial. Los esfuerzos para descubrir la piedra filosofal eran conocidos como los Opus magnum ("Gran Obra").

Y si todo era una leyenda, ¿por qué no iba a estar la solución en una novela romántica?. Victor Hugo, el gran totem de la literatura romántica, escribió “Nuestra Señora de París” en 1831, está compuesta por once libros que se centran en la desdichada historia de Esmeralda, una gitana andaluza, y Quasimodo, un jorobado sordo, en el París del siglo XV. Cualquier novela romántica que se precie ha de tener entre sus personajes una gitana joven y andaluza. No se si esta moda la empezó Victor Hugo.

El escritor, nunca realizó el “Gran Tour” por la geografía andaluza, el único territorio español por el que viajó fue el Pirineo Vasco, pero ya tenía noticias y estampas sobre la magia oriental de la Andalucía romántica y conocía que la “gran obra” de la arquitectura hispanomusulmana era la Mezquita de Córdoba. Victor Hugo era también un afamado espiritista, así que no pudo evitar hablar sobre la piedra filosofal en su gran novela. Él situó su “opus magnum” bajo los suelos de la Mezquita de Córdoba, y como alquimista de esta operación nada menos que a Averroes.


FRAGMENTO:


(...) Aquel dueño entre tanto, inclinada la cabeza, sobre un inmenso manuscrito ornado de extrañas pinturas, parecía trabajado por una idea que se mezclaba de continuo á sus meditaciones; tal creyó al menos Juan al oírle exclamar, con las intermitencias pensativas de un delirante que sueña en alta voz.
—Sí, Manou lo dice, y Zoroastro lo enseña; el sol nace del fuego, la luna del sol; el fuego es el alma del gran todo; sus átomos elementales se extienden y gotean sin cesar sobre el mundo en corrientes infinitas. En los puntos en que se cortan estas corrientes en el cielo producen la luz; en los puntos de su intersección en la tierra, producen el oro. La luz , el oro, todo es lo mismo. El oro no es más que fuego en el estado concreto. La diferencia de lo visible a lo palpable, de lo fluido a lo sólido en la misma sustancia, del vapor de agua al hielo y nada más. Estos no son delirios, esta es la ley general de la naturaleza. Pero qué hacer para arrancar á la ciencia el secreto de esta ley general? Y qué, esa luz que inunda mi mano, es oro, esos mismos átomos dilatados conforme á cierta ley, bastaría condensarlos conforme á otra cierta ley, para convertirlos en oro. ¿Qué he de hacer? Algunos han tenido la idea de sepultar un rayo del sol. Averroes – sí, Averroes fue – Averroes enterró uno debajo del primer pilar á la izquierda del santuario del Alcoran, en la gran mezquita de Córdoba; pero no se podrá socavar el suelo para ver si ha salido bien la operación hasta de aquí á ocho mil años.

—Cáspita, dijo Juan entre sí, no es poco esperar un escudo!

—Otros han creído, prosiguió el caviloso arcediano , que seria mejor hacer la operación sobre un rayo de Sirio; pero no es fácil obtenerle puro á causa de la presencia simultánea de otras estrellas que mezclan sus rayos con los de él. Flamel opina que lo más sencillo es trabajar sobre el fuego terrestre. —Flamel! oh nombre de predestinado! Flamma ¡ – Si, el fuego.- Aquí está el secreto.- El diamante está en el carbón , el oro está en el fuego.- Pero cómo extraerle?


“Nuestra Señora de París” / Capítulo 4
Victor Hugo

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