A Córdoba apenas le queda patrimonio industrial del siglo pasado. Por dos cuestiones; una porque Córdoba nunca fue una ciudad industrial, y toda su industria estaba relacionada con los transformados agrícolas. Otra cuestión es su ubicación. Las zonas industriales estaban extramuros pero muy próximas a los lienzos de murallas. Situadas en los muros norte (Av. de las Ollerías) y este (Ronda del Marrubial) por una cuestión higiénica, pues los vientos en Córdoba soplan generalmente con más frecuencia del Este y del Oeste.

Apenas dos grandes chimeneas han sobrevivido al progreso y la expansión urbanística del siglo XX, la más popular es la conocida como “El Chimeneón” que es el resto que queda junto a la Torre de la Malmuerta del gran complejo fabril que tuvo ahí Aceites Carbonell.

Pero hay otro resto industrial que hoy pasa muy desapercibido incluso entre los cordobeses. Se trata de la Torre de los Perdigones, que no es un resto, como el Chimeneón, si no una instalación completa, pues para fabricar perdigones tan solo se necesita una torre hueca por dentro.

Todas las ciudades del mundo tienen o han tenido su torre de los perdigones y las hay en Andalucía muy interesantes, como la de Sevilla, convertida hoy en cámara oscura que permite, por su altura, ver una espectacular vista panorámica de la ciudad. O la de Almería que tiene en sus bajos los refugios antiaéreos de la Guerra Civil. O en Linares, o en Adra, o en Bailén... La de Córdoba es de mediados del siglo XIX y acaba de ser restaurada, es un bien patrimonial protegido y se accede a ella en la calle Juan Tocino en la Axerquía norte. Como es lógico esta intramuros pues para las ciudades amuralladas era estratégico que la munición se fabricara en el interior de la fortificación. Observa el detalle de la ubicación de las ventanas de ventilación, en los lados norte y sur carece de ellas. Esto certifica que los vientos en Córdoba son mayoritariamente provenientes del oeste (ventanas más grandes) y ocasionalmente del este (ventanas más pequeñas).

 

Cómo funcionaba una torre de perdigones

En 1782, el británico William Watts patentó una nueva tecnología para la fabricación de perdigones de plomo para munición, las “torres de perdigones” que reemplazaron el uso de moldes o la inmersión de gotas de plomo en barriles de agua. En estas torres se dejan caer gotas de plomo desde una gran altura que adoptan una forma esférica mientras se enfrían durante su caída libre gracias a la tensión superficial. Hay torres de perdigones por todo el mundo. Los chorros de plomo fundido en caída libre, casi de forma inmediata, se ponen a gotear gracias a la inestabilidad de Plateau-Rayleigh, de manera similar a como gotea un grifo de agua con un caudal bajo. Cuanto más alta es la torre, más grueso puede ser el calibre de las balas. En la parte inferior de la torre hay una cuba de agua que amortigua el impacto y enfría los perdigones hasta la temperatura ambiente. Para evitar la producción de grandes cantidades de vapor de agua, la temperatura del perdigón al alcanzar el agua debe ser menor que el punto de ebullición del agua. Por tanto, la altura de la torre debe garantizar su solidificación.


 

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