La peregrinación europea de la familia Borges tiene como arranque una ceguera progresiva que afecta al padre de los artistas. Esta le lleva primero a Ginebra donde es tratado, y allí permanecen durante toda la Gran Guerra. Después fijarán su residencia en Mallorca y desde ahí, los inseparables hermanos Borges, se trasladan a Sevilla donde residen durante casi un año. Mientras residían en Sevilla, Norah Borges y su hermano Jorge Luis participaron activamente del movimiento ultraísta. En aquella época aparecieron sus primeros trabajos en las revistas Grecia, Ultra y Reflector. En agosto de 1919, visitan Córdoba, en su agenda llevan una cita con el ya muy famoso pintor cordobés Julio Romero de Torres.

Norah que es pintora y grabadora, y a la que le dedicaremos más adelante otro artículo, quiere conocerlo. Visitan su casa y su estudio en la Plaza del Potro. Norah queda totalmente impresionada con su trabajo, que marcará en muchos sentidos su propia obra. Ella recibirá clases de Romero de Torres unos años más tarde en Madrid, donde Romero de Torres es entonces profesor de dibujo de la Escuela de Artes de San Fernando. Será una de sus alumnas más relevantes.

Ya no volvería Borges por la ciudad nunca más. Muy a su pesar pues en una entrevista que le realizaron en sus últimos años, le preguntaron a Borges, que había visitado ya ciudades de todo el mundo, a qué ciudad de todas las visitadas le gustaría volver. Y, para sorpresa de todos sus biógrafos, que al parecer no terminan de entenderlo, Borges respondió que le gustaría visitar de nuevo Córdoba.

Y no es extraño, pues Córdoba, su historia, su período islámico y sus personajes serán las claves fundamentales de los mejores cuentos de su gran obra: “El Aleph”

La primera alusión a Córdoba la encontramos en “El Zahir” un bello cuento incluido en “El Aleph” que parte del hallazgo fortuito de una moneda de 20 céntimos, que Borges acabará convirtiendo en su Zahir. El Zahir es un concepto islámico muy estudiado por el pensador y teólogo cordobés  Ibn Hazm, es algo así como las dos caras de dios, o una especie de “lámpara de aladino” que permite y facilita todo, incluso ver a dios. Es una esencia que Borges describe así, utilizando a Córdoba como metáfora:

En Guzerat, a fines del siglo XVIII, un tigre fue Zahir; en Java, un ciego de la mezquita de Surakarta, a quien lapidaron los fieles; en Persia, un astrolabio que Nadir Shah hizo arrojar al fondo del mar; en las prisiones de Mahdí, hacia 1892, una pequeña brújula que Rudolf Carl von Slatin tocó, envuelta en un jirón de turbante; en la aljama de Córdoba, según Zotenberg, una veta en el mármol de uno de los mil doscientos pilares; en la judería de Tetúan, el fondo de un pozo…”

La segunda alusión, y aquí Córdoba es protagonista, es en otro cuento de “El Aleph” que es un punto capital del libro. “La Busca de Averroes” un cuento en el que el cordobés Averroes intenta descifrar la diferencia entre dos palabras escritas por Aristóteles y desconocidas para él: la Tragedia y la Comedia.

Al comienzo del cuento podemos encontrar este bello párrafo con una descripción de la ciudad:

En el fondo de la siesta se enronquecían amorosas palomas; de algún patio invisible se elevaba el rumor de una fuente; algo en la carne de Averroes, cuyos antepasados procedían de los desiertos árabes, agradecía la constancia del agua. Abajo estaban los jardines, la huerta; abajo, el atareado Guadalquivir y después la querida ciudad de Córdoba, no menos clara que Bagdad o que el Cairo, como un complejo y delicado instrumento, y alrededor (esto Averroes lo sentía también) se dilataba hacia el confín la tierra de España, en la que hay pocas cosas, pero donde cada una parece estar de un modo sustantivo y eterno.

“La busca de Averroes” es considerado uno de los mejores escritos del autor. Aparentemente sencillo, su contenido es de una profundidad abisal. Os añado aquí una descripción en palabras de Umberto Eco, dictadas en una conferencia impartida en 2003 en Rimini, dentro de un ciclo de lecturas y comentarios sobre los clásicos, a la que precedió la lectura de “La busca de Averroes”, de Borges.

Aquí volvemos al relato de Borges en el cual el escritor argentino imagina a Abulgualid Muhámmad Ibn-Ahmad Ibn-Muhámmad Ibn-Rusd tratando de comentar la Poética aristotélica. Lo que le preocupa es que no conoce el significado de las palabras tragedia y comedia, ya encontradas nueve años antes al leer la Retórica. Y es obvio, porque se trataba de formas artísticas desconocidas en la tradición árabe. El sabor del relato borgesiano le viene del hecho de que, mientras Averroes se atormenta sobre el significado de esos términos obscuros, bajo sus ventanas hay niños que juegan a representar un almuédano, un alminar y los fieles, o sea que hacen teatro, pero ni ellos ni Averroes lo saben. Más tarde, alguien le cuenta al filósofo de una extraña ceremonia vista en China, y, por la descripción, el lector comprende (pero no los personajes del relato) que se trataba de una acción teatral. Al final de esta verdadera y cabal comedia de equívocos, Averroes retoma su meditación sobre Aristóteles y concluye que “Aristú… denomina tragedia a los panegíricos y comedias a las sátiras y anatemas. Admirables tragedias y comedias abundan en las páginas del Corán y en las mohalacas del santuario.
Si existe un hermoso apólogo sobre la incomprensión entre las culturas, es precisamente éste. ” 


Y por si lo queréis leer completo:

https://estoespurocuento.wordpress.com/2013/08/12/jorge-luis-borges-la-busca-de-averroes-cuentos/


Claro que si lo que queréis es que os lo cuenten:


 

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